sábado, 20 de marzo de 2010

ENCUENTRO

Los ojos de su mujer le palpan el cuerpo con un esfuerzo continuo y él intenta que se queden fijos en los suyos, pues no desea otra cosa, pero no recuerda como suplicarlo. De alguna forma sabe que también le está tocando con sus manos aunque no puede sentirlas. Un cuchillo de viento frío sobrevuela tajante las crestas de la hierba genuflexa.

Es entonces cuando los planos del rostro de su mujer dejan de intersectarse, como si las líneas convergieran en un lugar remoto e invisible para él, muy por detrás de su cabeza. La idea de ella se hace confusa bajo sus párpados y quiere verla de cuerpo entero como si precisara datos sobre su forma y envergadura, algo que le permita traerla intacta a su mente.

¿Qué hace su moto tirada sobre la hierba y por qué ella se ha quitado el casco?

Intenta decir algo pero su boca no funciona y siente que se está secando para convertirse en un maniquí andrajoso embuchado en un mono de cuero de mil quinientos euros. Cuando el torrente metálico de la luz de las farolas empieza a diseñar series de gigantescos modelos geométricos, detalles descomunales de un desconocido paisaje abstracto, comprende que pronto tendrá un encuentro que durante toda su vida había postergado.

lunes, 8 de marzo de 2010

GAVIOTAS

En el cartel arrugado que sostiene entre sus dedos sucios, la cantante de Garbage desliza las manos hacia su sexo sobre la tela negra de un minúsculo vestido. El viento intenta robarle el pasquín y lo azota feroz hasta que sólo puede ver el nombre del álbum: Stupid Girl deflagra en grandes letras rojas ante sus ojos. Cientos de revistas revolotean a su alrededor mostrando fotografías satinadas de lugares en los que nunca estará, catálogos de muebles componen incomprensibles jeroglíficos sobre el suelo saturado de veneno: el aire revuelto crea a cada momento nuevas perspectivas de desechos ante sus pies.

Suelta el cartel cuando descubre dos naranjas perfectas en el fondo de un contenedor, se deleita con su color caliente, las envuelve en la imagen de un banquero desolado por la ruina y las guarda en un bolsillo. Tres gaviotas basureras se mantienen siempre cerca de él, posadas ahora en el terraplén de un ferrocarril muerto. Desde hace días, vigilan con ojos galvánicos la incertidumbre de sus hallazgos. Por la mañana ha compartido con ellas salchichas fosilizadas sobre un póster de Beethoven; Fidel Castro ha tapado durante semanas el agujero de uno de sus zapatos.

Esta noche calentará sus manos en una hoguera de modelos enigmáticas y dormirá tranquilo bajo una manta caótica de cuerpos bronceados.

VAMPIRO


Para W
que se duerme contando
hermosos vampiros


Sorpresivamente descubierto durante su crimen, 
apenas disimula la sangre que le rebosa por los labios.

Pero ya sus colmillos acechan sedientos 
y pronto el testigo yacerá vacío.

REAL

El descubrimiento más turbador de todos los contenidos en el informe de los bomberos es la aparente falta de reacción ante el fuego de la casi totalidad de las víctimas, como si los espectadores de la sala de cine hubieran considerado el incendio una escena más de la película que se proyectaba en esos momentos.

Mientras recorre las filas de butacas reducidas a esqueletos metálicos, la juez de instrucción contempla el desastre como si visitara una exposición de pinturas grotescas ejecutadas en las paredes, techumbre y puertas de la sala destruida, la obra de un artista con la inteligencia de un cretino pero dotado de una pincelada tan disciplinada como enérgica. Las superficies aparecen cubiertas por las instantáneas de una pesadilla autónoma de cualquier referente, códigos de una creación no humana en la que ella ha aceptado participar como espectadora no calculada. 


La puntera negra de sus zapatos de tacón se ensucia en la monotonía de ceniza que cubre el suelo mientras se acerca al investigador agachado junto al quicio de una de las puertas.

-Ah, buenos días, señora. Aquí es donde encontramos al único que no murió abrasado- 


Y ella, sin mirarle -¿Qué opina usted, le asesinaron? 

- No lo creo -responde el hombre mientras mantiene la vista en el suelo- Pienso que fue el único consciente de que el incendio era real. Intentó escapar pero las puertas estaban bloqueadas por el calor. 


Y luego - Se cortó el mismo la garganta cuando comprendió que iba a morir quemado.

1981

Apenas ayer, un niño al cuidado de su madre.

Hoy, en una habitación agrietada mira
triste, casi dormido,
hacia el único rincón iluminado
donde con las mismas cenizas en los ojos
descansan otros cuerpos delgados.

Y abre los dedos de una mano

uno

        a

               uno

y encuentra con su aguja de acero
el simulacro de su muerte

                                                         cálido.

SOMBRAS

Tiempo después, cuando por voluntad propia ya ha dejado de convivir con los humanos, olvida su condición y comienza a caminar como un cuadrúpedo.

Su cuerpo delgado proyecta sombras extrañas sobre el hielo mientras sus nuevas patas se van rompiendo.

CONSUMO

Al atardecer, Renault pasea por la abarrotada galería inferior del centro comercial. Entre los pasillos de mármol rosa pulido brotan jardineras con plantas artificiales y las familias agotadas se oxidan en silencio sobre bancos de madera barnizada. Un guardia de seguridad enorme vigila desde la galería superior y desata con sus ojos un oleaje de miradas que los rehuyen y de cabezas que se agachan. Renault sortea grupos de adolescentes ruidosos y filas de mujeres que compran en animados grupos bajo la estúpida música ambiental. La joven a la que está siguiendo toda la tarde pasa su mano izquierda por la manga contraria de su chaqueta, como si se acariciara o quisiera calmarse, y Renault percibe en su nuca desnuda una fragilidad que casi le asusta. La sigue más tarde por el pasillo de salida hacia el parking donde los coches se extienden alineados bajo una luz agónica; un frente de parachoques afilados, casi amenazadores, le observa mientras camufla sus pasos entre una hilera de árboles decorativos. Nunca pierde el contacto visual con ella. En los escaparates inundados de luz fría, les brotan a los maniquíes brazos en posiciones dinámicas que resultan absurdas ante sus pupilas muertas. Ha llovido no hace mucho. Mientras camina ausente sobre los pequeños charcos, Renault tiene la impresión de que la joven está contando los pasos, midiendo un arco imaginario en la rotonda de acceso al centro comercial. El rostro de ella, sin embargo, carece de geometrías circulares bajo el metal fluido que arrojan las farolas. Es evidente que la muchacha busca su coche y que lo ha aparcado en el extremo más alejado de la entrada. Celebrando su buena suerte, Renault se dirige hacia ella mientras saca del bolsillo de su abrigo las bolsas de plástico con las que piensa empaquetarla. Algunas tienen los colores del centro comercial que ambos acaban de abandonar.