En el cartel arrugado que sostiene entre sus dedos sucios, la cantante de Garbage desliza las manos hacia su sexo sobre la tela negra de un minúsculo vestido. El viento intenta robarle el pasquín y lo azota feroz hasta que sólo puede ver el nombre del álbum: Stupid Girl deflagra en grandes letras rojas ante sus ojos. Cientos de revistas revolotean a su alrededor mostrando fotografías satinadas de lugares en los que nunca estará, catálogos de muebles componen incomprensibles jeroglíficos sobre el suelo saturado de veneno: el aire revuelto crea a cada momento nuevas perspectivas de desechos ante sus pies.
Suelta el cartel cuando descubre dos naranjas perfectas en el fondo de un contenedor, se deleita con su color caliente, las envuelve en la imagen de un banquero desolado por la ruina y las guarda en un bolsillo. Tres gaviotas basureras se mantienen siempre cerca de él, posadas ahora en el terraplén de un ferrocarril muerto. Desde hace días, vigilan con ojos galvánicos la incertidumbre de sus hallazgos. Por la mañana ha compartido con ellas salchichas fosilizadas sobre un póster de Beethoven; Fidel Castro ha tapado durante semanas el agujero de uno de sus zapatos.
Esta noche calentará sus manos en una hoguera de modelos enigmáticas y dormirá tranquilo bajo una manta caótica de cuerpos bronceados.